Voy a ser sincera: la única canción que había escuchado de Bastian Baker era "Tomorrow may not be better". A pesar de eso, cuando mi hermana me preguntó si la acompañaba a ver a este cantante de 23 años suizo, no lo pensé dos veces. Siempre es interesante conocer nueva música, sea ésta local o internacional.
El anuncio se dio de un día para el otro: Bastian tenía programada una gira en Latinoamérica pero no incluía a Buenos Aires sino que pasaba de Brasil a Chile sin escalas. A último momento, decidió publicar en sus redes sociales que Bebop Club le abrió un espacio para que toque... ese mismo domingo. Después de idas y vueltas con la página, finalmente conseguimos las entradas a un valor de $100. Nada mal para haber elegido una ubicación enfrente al escenario.
Como siempre, llegar desde La Plata a Buenos Aires es todo un problema. Más aún un domingo. El show empezaba a las 17 horas pero, a las 17.05 el Plaza en el que viajábamos, chocó con un auto y, como no era de extrañar, ambos conductores se bajaron a discutir. Después de dudas, nos tomamos un taxi hasta el lugar.
En la entrada, un pizarrón negro anunciaba de manera coqueta la presentación de un tal "Bastian Baker". La calle, la puerta y la escalera que descendía, estaban desiertas. Pero, afortunadamente, todo estaba en silencio: aún no había empezado.
Hola. Hello. Grüezi. Bonjour.
Las 50 mesas pequeñas e íntimamente iluminadas de Bebop Club no estaban llenas -y nunca se llenaron- pero eso no impidió que alrededor de las 17.30 un sonriente Bastian Baker se subiera al escenario por un costado y abrazara su guitarra mientras charlaba con un expectante y ansioso público. Para nuestra sorpresa, habló en un adorable -y más que entendible- español. Nos contó que había estudiado nuestro idioma por 3 años, que se le mezclaba con el portugués (había estado una semana allá gracias a su Tour Mundial), que había tomado 4 vuelos en un sólo día, por lo que estaba exhausto, y que lamentaba estar sólo unas horas en nuestro país.
No tardó mucho en darse cuenta que muy pocos de los presentes conocían su discografía. A pesar de lo que harían muchos en esa situación, el cantante no se desalentó y nos paseó por un repertorio de música alegre en ritmo pero triste en letras. Además, nos enseñó sus estribillos más conocidos y esperó que lo aprendiéramos para cantar en conjunto.
De vez en cuanto, bromeaba y decía que, por la pequeña suma de 100 dólares, podíamos pedirle temas específicos. Eventualmente, mi hermana le solicitó "One last time". Bastian se rió y le dijo que hacía mucho no la tocaba. Le preguntó si quería subir y cantarla con él pero ella no se animó. Él, alegremente, practicó dos o tres veces hasta empezar a tocar una canción que parecía nunca haber olvidado, la cual, al finalizar, se la dedicó. En todo momento, muchos "aww" se escuchaban en el ambiente.
En lo que pareció un abrir y cerrar de ojos, Bastian anunció su última canción. ¿Cuál fue la reacción argentina? Gritar "¡OTRA! ¡OTRA! ¡OTRA!". El suizo que canta en inglés y francés, pero que también entiende español y portugués, nos hizo caso. Cantó para nosotros uno de sus temas en francés. Adorable.
En lo que pareció un abrir y cerrar de ojos, Bastian anunció su última canción. ¿Cuál fue la reacción argentina? Gritar "¡OTRA! ¡OTRA! ¡OTRA!". El suizo que canta en inglés y francés, pero que también entiende español y portugués, nos hizo caso. Cantó para nosotros uno de sus temas en francés. Adorable.
Después sí cerró el show pero no sin invitarnos a sacarnos fotos, pedirle autógrafos o simplemente saludarlo.
Apenas las luces dejaron de iluminarlo, se acercó a nuestra mesa. A pesar de ser pequeña, mi hermana y yo la compartíamos con cinco adolescentes descendientes de suizos. Con suma alegría, charlamos con él sobre el show y su corta estadía en Buenos Aires. Le pedimos un autógrafo y todos se rieron al darse cuenta que éramos gemelas.
Con las fotos fue igual de simpático: sonriendo, haciendo una selfie, señalando, saltando. Cualquiera sea su pose, siempre se lo vio feliz. Una oportunidad así es rara para artistas que llenan estadios: por un lado, algunos se lo podrían tomar como un ataque contra su ego, pero Bastian lo vio como una oportunidad de conocer a cada uno de los asistentes, charlar sobre sus lugares de origen, pedir recomendaciones y hasta instarlos a que prueben cosas nuevas (me dijo que debo comer una comida de Nagoya en base a pollo que adoró. Lo anoto para la próxima).
Bastian Baker no es conocido en Argentina, aún. Probablemente, para la próxima vez que él y su igual de simpático manager, Raphaël Nanchen, regresen, va a ser más famoso y no exista la posibilidad que se repita un show tan divertido e íntimo como éste. Será una pena y una alegría (por él y su música) al mismo tiempo.