Hay
una frase de la serie Criminal Minds que dice: “a veces no hay palabras, no hay
frases inteligentes que puedan resumir de manera prolija lo que sucedió ese
día. A veces hacés las cosas bien, exactamente bien, y aún así te sentís como
si hubieses fracasado. ¿Tenía que terminar de esa manera? ¿Se podría haber hecho
algo para prevenir la tragedia en primer lugar?”. Muchas personas que hayan
estado en la capital de Buenos Aires el 2 de abril de 2013 pueden identificarse
con esa frase. Muchas.
Porque para los habitantes de La Plata,
ese día pasó a significar mucho más que un recordatorio por los caídos de
Malvinas. Para los habitantes de La Plata, ese día hizo que empezaran a temer a
la lluvia. Ese día los enfrentó a una situación llena de desesperación,
angustia, tristeza. Pero también solidaridad.
La inundación del 2 de abril, donde
cayeron 390 mm de agua en siete horas, atrajo incontables consecuencias para
los residentes de varios barrios de La Plata, Berisso y Ensenada: unos
perdieron objetos personales acumulados durante toda su vida; otros, vieron
derrumbarse habitaciones enteras por la fuerza de la tormenta; y, muchos
perdieron su vida.
Hay centenares de anécdotas sobre esa
noche pero la historia de Alicia Junco se destaca porque, aún hoy, a 18 meses
del evento, las paredes y puertas de su casa tienen vestigios del paso del
agua.
La cocina es bastante grande. En uno de
sus costados, hay una mesa rectangular con seis sillas, todas acomodadas para
ver la televisión que está prendida en mute. En un aparador evidentemente
nuevo, hay fotos de su familia en un cumpleaños de 15 y de su fallecido esposo.
Todas están un poco desteñidas, con manchas. De fondo, se escucha una radio que
proviene de la habitación.
—No es la primera vez que me inundo. Vivo acá
desde hace 42 años y siempre me entró agua. Pero era poca: unos centímetros que
podía sacar con el secador, con la ayuda de alguna de mis nietas o de la chica
que limpia. Pero ese día fue diferente.
Está sentada en la cabecera de la mesa. Con sus
82 años, mira con tristeza a través de sus gruesos anteojos al mismo tiempo que
entrecruza sus manos un poco descuidadas sobre un mantel color beige.
—Este es nuevo—dice señalándolo—. Tenía uno con
frutas de un lado y una felpita verde del otro. Mis nietas lo usaban para jugar
a las cartas. Se fue. Lo perdí ese día.
***
Ese día amaneció como cualquier otro; estaba
soleado y no hacía ni frío ni calor. Los planes eran los mismos de siempre:
tratar de mantener la casa limpia, cocinar algo sencillo, dormir la siesta,
merendar, cenar y ver las telenovelas favoritas. Alicia sabía que su familia
estaba cerca: si bien vivían en las afueras de la ciudad, tenían un cumpleaños
a unas cuadras de su casa. Tal vez los llamaría por la tarde para ver cómo
andaban. Tal vez.
Alrededor de las tres de la tarde, tras
escuchar en la radio que llovería, se levantó a descolgar el repasador que
estaba en el patio. No se preocupó demasiado. Volvió adentro, se sentó en su
silla mecedora blanca y esperó el agua.
Pasó poco tiempo, no recuerda cuánto,
pero la lluvia empezó a caer de manera constante e imparable. Los cordones de
la calle no tardaron en rebasarse. Aún no estaba preocupada: pasaba demasiado
seguido. Pero el agua no frenó: continuó subiendo y subiendo hasta que,
finalmente, encontró una forma de entrar a su casa.
—Está
entrando agua por todos lados. ¿qué hago? ¡Ayuda! ¡Ayuda!
—No
te preocupes, abuela. Ya voy para allá.
Nunca supo por qué pero la nieta tenía
que llegar a ver a su abuela. Sabía que era normal que se inunde la zona de
Parque Castelli. No era la primera vez que recibía ese tipo de llamados. Pero
estaba tranquila.
Decidió cruzar la rambla de
circunvalación a pie: mala idea. El agua también había alcanzado esa zona. Uno
de sus primos se ofreció a llevarla en auto. Ella ya estaba mojada de pies a
cabeza pero accedió igual.
La zona de 67 y 29 era un río casi
imposible de cruzar. Debería haber sonado alguna alarma, algún tipo de señal
que indicara que eso no iba a mejorar, que debían irse rápido, huir, salvar sus
vidas. Pero nada de eso sucedió. La chica entró a ver a su abuela, que seguía
sentada en su mecedora y lloraba.
—No
pasa nada, abuela. El agua va a bajar, como siempre lo hace. Voy a esperar con
vos hasta que lo haga. No te preocupes que le pasamos el secador y ya.
Silencio. Agua cristalina y silencio.
Decidió sacarse las zapatillas y las medias y las apoyó en la mesada para que
se sequen. Hasta el día siguiente, no supo más de ellas.
***
”El agua nos tapó y nada cura
las heridas…”
Los 2 de cada mes, un grupo heterogéneo
de personas se reúnen en Plaza Moreno al anochecer con una extensa bandera
argentina, carteles y fotos. Las imágenes, contrariamente a lo que uno pudiese
pensar, no muestran casas destruidas, muebles inutilizados y personas llorando.
Por el contrario, muestran, mes a mes el reclamo de justicia. Por la cantidad
de fallecidos, por la falta de ayuda por parte del Estado, por la desesperación
y abandono que, aún hoy, siguen sintiendo.
”…Personas que no están más
porque estaban desprevenidas…”
No está lloviendo pero
hay charcos por todos lados. Una de las calles céntricas está cortada por un
grupo de fanáticos del club de fútbol Gimnasia y Esgrima La Plata: están
haciendo el típico banderazo de apoyo a su equipo antes del clásico local. A
unas cuadras, en la puerta de la Municipalidad, hay alrededor de 40 o 50 personas
que se reúnen en pequeños grupos y charlan. Algunos tienen termos y reparten
mates a sus conocidos, otros tienen pilas de papeles que entregan a los
transeúntes que pasan distraídamente por allí.
Uno de esos papeles
resulta ser el panfleto de un libro que se presentará en los próximos días. “El
agua bajó, las marcas quedan” es el título. También es el lema de la Asamblea Vecinal
de Parque Castelli, fundada el 9 de abril, como uno de los tantos grupos que se
formaron después de la inundación.
—No, no son anécdotas. El libro recopila
vivencias. También hay declaraciones de expertos, informes y más—me dice una señora con una pila de panfletos. Como muchos, tiene una
remera que la identifica como parte de una Asamblea. También los hay de Tolosa,
de Barrio Norte, de la zona del Cementerio, Plaza San Martín, Parque Saavedra.
—¿Cómo fue financiado?
—Lo financiamos a través de locros, colectas
que realizamos en el barrio.
”…Objetos personales flotando por
avenidas...”
Un cartel blanco con
letras negras dice “Basta de inundados”; otro, “Asambleas inundados La Plata”;
en el fondo, una pequeña bandera anuncia que el Partido Obrero también se
encuentra presente.
El grupo es heterogéneo e
incluye chicos pequeños (que corretean y señalan las distintas fotografías,
carteles y luces a sus padres), ancianos, adolescentes, personas muy bien
arregladas y otras no tanto; algunas inclusive están identificadas con la
remera de su Asamblea, mientras otras permanecen anónimas. Un par de
periodistas se acercan para hablar con ellos. Nadie tiene problema en responder
las preguntas. Algunos señalan a los más idóneos para contestar pero aún así
dicen su punto de vista.
Una chica joven, con
remera negra, está agachada cerca de un cantero lleno de flores de colores con
un cartel en el medio que dice “La Plata. Familiares de víctimas de la
inundación. Homenaje Víctimas 2 de abril”. Despreocupadamente, como si fuese su
trabajo, quita los yuyos de entre las plantas y los arroja a una pila.
Muy cerca de ella hay un
parlante gigante que repite una y otra vez una canción sobre la inundación. El
volumen está muy alto. Probablemente, se escuche del otro lado de la Plaza.
Probablemente, esa sea la intención. Es una marcha más, un mes más de reclamo.
”…Señores del gobierno regalando salvavidas.”
***
—¿Cómo está la abuela?
—Ya sabés. Está mal, llorando. Pero acá está
todo bien. Tenemos agua, sí. Pero parece que la lluvia está parando.
—Cualquier cosa, llamanos.
—Sí. No te preocupes. Estamos bien. Está
todo bien. No se cortó la luz, por suerte. Ahora vamos a jugar a las cartas.
Cortó la llamada con su
mamá y miró a su abuela que parecía más tranquila ahora que no estaba sola.
Ella no tenía miedo. ¿Por qué habría de tenerlo? La radio transmitía música y,
de vez en cuando, el noticiero anunciaba la persistente lluvia en toda la
ciudad.
El agua ya cubría sus
pies. Estaba fría pero seguía siendo cristalina. Decidió ir hasta la cocina y
sacar el último cajón del modular para ponerlo arriba de la mesa. Ahí estaban
los manteles, repasadores y servilletas. No tenían mucha importancia pero no
quería que se mojaran. Volvió a sonar el teléfono. Era la prima de su abuela.
Por su casa, a unas cuadras de distancia, estaba todo bien. Llovía pero no
había agua en las viviendas.
—Cualquier cosa, llamame—terminó la prima antes de colgar.
El agua seguía subiendo.
Lenta pero segura. Afuera parecía que alguien había dejado la ducha abierta.
Las persianas estaban cerradas por lo que sólo se podía ver por las cerraduras:
el patio estaba inundado también, pero ahí el agua ya estaba oscura. Muy
oscura.
La luz nunca se apagó. Ni
siquiera estando a milímetros de los enchufes. Por su seguridad, ella decidió
desenchufar todo primero y cortarla, después. Volvió al cuarto de su abuela a
oscuras y buscó una linterna. Como todo en esa casa, no era nueva y las pilas
de vez en cuando fallaban, pero servía.
Riiiiing
Al cortar la luz,
inutilizó el teléfono inalámbrico. Debería haberse dado cuenta. Se levantó de
la cama, donde mantenía sus pies lejos de la helada agua y caminó a la cocina.
La casa de sus abuelos, la casa que conoció durante sus 25 años, donde jugó y
rió, donde esperó la llegada de Papá Noel en más de una ocasión, se seguía
inundando y no parecía que la lluvia fuera a parar.
—¿Hola?
—¿Cómo están por allá? Acá hay 40
centímetros de agua. Nunca había pasado esto.
—Emm, bien. Pero no sé qué hacer ya. El agua
no baja. ¿Qué hago?
—Llamá a los bomberos. Andá a lo de los
vecinos, que tienen planta alta.
—Bueno.
Cortó. Recibió dos o tres
llamadas más. Era su hermana, su mamá nuevamente y una amiga de su abuela. Cada
vez era más difícil llegar a la cocina. Cada vez el agua estaba más fría. Buscó
la guía de teléfono y llamó a Defensa Civil o a los bomberos, no se acuerda.
Prometieron rescatarlas y llevarlas a un refugio. Nunca vino nadie.
La última llamada fue de
su mamá.
—Ya no sé qué hacer, má. Sigue entrando
agua… Me parece que ya no podemos salir.
A pesar de tener una
Palm, su celular era inútil el 90 por ciento del tiempo. Esa vez no tenía que
fallar. Habiéndose cortado la posibilidad de llamar por el teléfono común,
agarró su cartera de arriba del modular y marcó el más temido número: el 911.
No funcionó.
Decidió que era hora de
dejar la casa. Tenían que huir porque el agua, la helada y terrible agua,
seguía subiendo. Miró por la mirilla de la puerta y el alma se le cayó a los
pies: afuera, la calle 67 era un río marrón que casi alcanzaba su altura. El
único sonido provenía de él y de su abuela que seguía llorando y se agarraba
del sillón que había empezado a flotar.
—No. No. No. Yo no me voy a morir así. No.
No. NO—repetía una y otra vez mientras forcejeaba
con la puerta. Pero no cedió.
***
Parece mentira pero cada
vez que se realiza algún evento relacionado con la inundación, el día anterior
o ese mismo, se nubla o llueve. El 6 de septiembre, el día que los vecinos de
la Asamblea Parque Castelli decidieron para llevar adelante la presentación de
su libro, no es diferente.
Por la mañana caen unas
gotas molestas pero a la tarde el cielo se despeja. A pesar de ser las 17.30
horas, el barrio está tranquilo. No hay casi nadie en la calle. La mayoría de
las casas parecen recién pintadas. La de Alicia parece ser la única estancada
en ese dos de abril por las manchas que tiene en su fachada. Al lado de su puerta,
hay un pequeño grafiti que marca hasta donde llegó el agua: 170 centímetros.
Ella mide 150.
Muy pocos de sus vecinos
tienen el mismo cartel. Algunos porque pintaron encima, otros porque no
quisieron que los asambleístas lo dibujen por razones varias.
A unas cuadras de la casa
de Alicia, está el club “El Fortín”. Por un pasillo adornado por acusaciones
políticas en panfletos, se llega al salón principal que está lleno de sillas
blancas y está abarrotado de gente. Sin conocerte, la mayoría te saluda con un
“hola”, un “buenas tardes” o un “gracias por venir”. Al lado de la puerta hay
una pequeña mesa con tartas, tortas, sándwiches y bebidas que ofrece un grupo
de señoras sonrientes quienes charlan alegremente con los compradores. A un
costado del salón dos mujeres acomodan de manera prolija pilas de decenas de
libros negros y blancos.
—El libro surgió como expresión del dolor. Nos planteamos la idea de cómo contar lo que había
pasado; las causas y las consecuencias que no tienen mucho que ver con decir que
llovió porque llovió y nos inundamos por esa causa. Ya había datos que decían
que había que tomar cartas en el asunto y no lo han hecho—cuenta Néstor
Rodríguez, un hombre con una sonrisa fácil y mucha amabilidad al saludar, cada
dos segundos, a alguien distinto.
En cada una de las
paredes del club, hay fotos pegadas en un marco de cartón recortado con la
forma de una casa: son imágenes de distintos autores que muestran las
consecuencias de la inundación en autos dados vuelta, casas con muebles
destruidos, manchas en las paredes, calles desiertas y personas tristes. Muy
tristes.
Todas las sillas apuntan
a un improvisado escenario bajo la bandera de la Asamblea de Parque Castelli. A
un costado, hay otra tela que dice “Unión de Asambleas barriales 2 de abril”.
Más de cien personas se congregan alrededor, la cita empieza a las 18 horas y
en menos de media hora todos los asientos están ocupados.
Néstor pasa saludando
fila por fila a sus vecinos, sus amigos e, inclusive, se detiene a saludar a
gente que no conoce. A pesar de la desolación que generan las imágenes y el
motivo de la reunión, hay un ambiente muy familiar y alegre.
Se apagan las luces y eso
indica que la presentación está por comenzar.
***
Después de haber visto Titanic, siempre se imaginó flotando
entre muebles y otros objetos. Era un pensamiento tonto e infantil pero no lo
vio como terrible hasta el momento en que volvió al cuarto de su abuela a
buscar la linterna y vio cómo la cajonera se despegaba del piso, arrojando
pequeñas figuras de cerámica y una imagen del niño Jesús, al agua. Al oscura y
helada agua.
—¿Qué querés que te salve, abuela?
—Todo.
—No puedo salvarte todo, abuela. Decime qué
querés que…
—Todo.
Los gritos irracionales
se habían acabado. La desesperación y el sentimiento de abandono también. Había
que ser racionales. Había que vivir y salvar lo más posible. La situación no
podría empeorar, ¿no? ¿No?
Primero, ayudó a subir a
su abuela a una silla de la cocina. Después, se arrastró como pudo, con el agua
helada llegándole a la cintura, hasta los cuartos. Empezó a subir cosas sobre
las camas, que también habían empezado a flotar. Los televisores, los cajones
con documentos, la radio, unas lámparas y otros objetos de valor. Se olvidó las
fotos. Pero estaban arriba de los roperos. Pensó que no se caerían.
Al volver a la cocina,
estaba congelada. Siempre pensó que, como sucede en una pileta, el cuerpo se
acostumbraría al frío pero nunca pasó tal cosa. Decidió que era hora de subirse
a algo también e intentó escalar a la mesa ayudándose del modular. Mala idea.
Como si se tratara de un
cartón mojado, el mueble se desplomó en un abrir y cerrar de ojos. No la
aplastó porque se arrojó contra la ventana pero en el movimiento perdió su
cartera con el celular y documentos que cayeron al agua. Los platos empezaron a
caer también: copas antiquísimas, cubiertos, adornos y otras cosas se
estrellaron contra el piso. Ella pedía perdón pero nadie la escuchaba. Afuera
seguía lloviendo y el agua hacía lo imposible por entrar: a través del vidrio
de la ventana podía ver cómo el líquido sobrepasaba la cantidad que había
adentro y se empeñaba en ingresar.
Tal vez sucedería lo que
pasó con el Titanic. Tal vez los vidrios explotarían y se llenarían de agua más
rápido. Era hora de hacer algo. Era hora de enfrentar ese río helado.
***
A veces los muñecos son
las mejores opciones para contar una historia. En las terapias psicológicas,
más de un profesional los utiliza para tratar el problema de los niños. Tal vez
los miembros de la Asamblea Parque Castelli lo sepan, tal vez no. Pero, luego
de la presentación de un video de 10 minutos en el que se escucha una y otra
vez distintas versiones de la misma frase “pensé que nos íbamos a morir”, dos
chicas aparecen con dos títeres gigantes, representando a dos señoras amigas.
—¡Ay! ¡Querida! ¿Cómo estás?
—¡Mirame!
Estoy sólo con lo puesto. No lo puedo creer.
La representación genera
risas, gritos de aprobación y de indignación cuando aparecen muñecos con las
características del intendente Pablo Bruera y el gobernador Daniel Scioli. Los
titiriteros representan el sentimiento de abandono por parte del Estado y la
necesidad de generar una Asamblea para pedir justicia, además de obras y
subsidios. Porque temen que se vuelva a repetir lo sucedido.
Luego, empieza la
presentación más formal de la mano de asambleístas, funcionarios y otros
involucrados con la realización de un libro que contiene una mezcla de
informes, testimonios, entrevistas, descripciones, fotos y dibujos. A un valor
de cien pesos, el texto viene acompañado de un simpático papelito con la fe de
erratas; un señalador con agradecimientos y la página de Facebook de la
Asamblea; y un CD lleno de fotos y documentaciones divididas en siete
categorías (Informes Previos, Mapas, Informe del Colegio de Trabajo Social,
Reacción Social, El tema de las obras hidráulicas, Ley de endeudamiento,
Fotos).
Ester Redondo es la
moderadora de la presentación. Haciendo chistes sobre fallas en el micrófono,
introduce a cada uno de los expositores y reflexiona sobre el título del libro
al decir que las marcas deben quedar “para que estemos atentos, para que
vigilemos el accionar de nuestros políticos”.
—Nosotros empezamos después de una semana de la
inundación, cuando las casas empezaban a ser un poquito más habitables. Nos unió
la necesidad, la urgencia que teníamos. Nos empezamos a dar una mano entre
todos y ayudarnos. Las primeras reuniones fueron en la esquina de 66 y 27. Al
principio era también un poco de catarsis: teníamos esa necesidad de hablarlo,
de contarlo, de decirles a vecinos que vivían en otras cuadras, aunque hayamos
vivido lo mismo—. La introducción la hace uno de los asambleístas, sentado en
una larga mesa adornada con remeras negras que tienen estampado el lema de
ellos, El agua bajó, las marcas quedan—.
Nos empezamos a organizar con otras asambleas, con otros vecinos, para lograr
entender que el problema no era solamente Parque Castelli sino que era un
problema en general. Y no sólo de La Plata, porque Berisso y Ensenada también
tuvieron zonas que se inundaron.
***
Por lo general, la llave
del patio siempre estaba arriba de la mesita ratona del pasillo. Ese día,
recordó que la había visto en la cocina. Fue a buscarla y la agarró con fuerza.
Era su única forma de escapar.
Empujando las sillas y
los pedazos de modular caído, se acercó a su abuela. Un vidrio cortó la planta
de su pie derecho y recordó que estaba descalza. Debía andar con más cuidado.
—Vamos al patio, abuela. No podemos quedarnos
más acá.
—Pero me voy a ahogar. Ya no hago pie.
—Yo te llevo. Agarrate de mi cuello que te
llevo—. Se puso de espaldas y esperó que la
anciana de 81 años se agarre de ella antes de avanzar. Un ruido la estremeció y
algo la noqueó por un segundo: la lustrosa puerta de madera se desprendió de
sus bisagras y empezó a flotar también, golpeando sus cabezas al caer.
La puerta que daba al
patio interno de Alicia Junco era de metal y vidrio. Un toldo grueso y verde
solía proteger la casa del sol y de la lluvia. La llave, que siempre ocasionaba
problemas al ser usada, calzó a la perfección y giró.
Como si estuviera viva,
el agua notó una puerta que cedía y entró a la casa, empujándolas hacia adentro
unos centímetros. Con su abuela en la espalda, ella empujó la fuerza invisible
y supo qué necesitaba: debían llegar a la pequeña parrilla que décadas atrás
había empotrado su abuelo a la pared.
Nunca supo de dónde sacó
la fuerza ni la voluntad. Seguía lloviendo y hacía mucho frío. Pero la decisión
estaba tomada: con esfuerzo y determinación, ayudó a Alicia a subir a la
parrilla y luego ascendió ella. Desde allí, pudo observar todo.
El patio no era grande.
Las paredes blancas estaban manchadas de negro por el paso del tiempo. La
puerta por la que habían salido, estaba a su izquierda y seguía abierta.
Enfrente de ellas, había otra puerta que daba al hall principal pero estaba tan
oscuro que no la veía claramente. La parrilla estaba posicionada delante de un
pequeño lavadero cuya puerta estaba trabada con un alambre que poco hizo por
detener el avance del agua.
Al haberse subido a la
parrilla, ambas alcanzaban la altura del techo de chapa del lavadero. Por ahí
se escurría el agua de la lluvia que aún no había parado. Hacía tanto frío…
—¡AYUDA!
POR FAVOR, ¡AYUDA! NOS AHOGAMOS—. Su abuela estaba desesperada. Sus lágrimas se
mezclaban con el agua oscura de la inundación.
—Por
favor, salven a mi abuela. ¡Ayúdennos!—. Su voz parecía provenir de otra
persona. Nunca se había escuchado tan aterrada. Nunca había gritado tan fuerte.
Nunca había pensado en que algo así podría ocurrirles—. ¡AYUDA!
***
—¿Por
qué apareció el libro, con qué objetivo —se pregunta Carlos Franchimont,
artista y asambleísta—. Algunos decían: eso fue una lluvia, un temporal, una lluvia
esporádica, una fatalidad, la Divina Providencia. Después de un año y pico de
indagar, estudiar, de leer, averiguamos un paquete de cosas.
Entre
esas cosas, incluyen el tema del Código de Ordenamiento Urbano, el cual permite
la instalación de nuevos edificios sin prever el tema del agua; los aliviadores
(túneles que permitirían un desagote hidráulico más rápido) que en los últimos
años pasaron a ser canchas de fútbol; y otras cuestiones, propuestas y
planificaciones de obras que nunca se llevaron a cabo.
Entre
asentimientos de cabeza por parte de los vecinos, el orador también menciona rápidamente
a Cuba y a su plan de contingencia. Cuba posee un sistema de protección y
defensa contra huracanes a partir del cual, además de desarrollar
infraestructuras hidráulicas apropiadas para proteger a los pobladores; poseen
un ejercicio denominado Meteoro. Éste es un simulacro de dos días, que se
realiza a principios de junio y pretende preparar no sólo a los funcionarios,
sino también a los cubanos ante posibles desastres naturales. Franchimont
concluye que lo único que hace falta es “compromiso”.
Luis
Arias es el juez que investiga distintos aspectos de la inundación: la cantidad
de víctimas fatales, la posibilidad de subsidios, la existencia de planes de
contingencia.
—Somos una ciudad inundable. El cambio
climático mata. Las inundaciones matan. Tenemos que tomar conciencia —dice al
micrófono frente a casi cien personas que miran atentamente las primeras
páginas del libro—. Hay que organizarse para estar preparados por si vuelve a
ocurrir un evento como éste. Si mañana vuelve a pasar algo, estamos en la misma
situación.
***
Tal
vez pasaron cinco minutos. Tal vez dos horas. Pero al tiempo, una señora se
asomó al balcón de uno de los departamentos vecinos y las vio. Tenía el celular
en la mano y parecía estar hablando con alguien.
—¡AYUDA!
¡SÁLVENNOS! ¡AYUDA! ¡AYUDA!—. La mujer las vio y les gritó algo así como “los
bomberos están en camino”. Ella dudó de la veracidad de esa frase pero tenía
que calmar a su abuela porque, si se descompensaba, no habría nada que pudiera
hacer para salvarla.
—¿Escuchaste,
abuela? Van a venir a salvarnos. Hablemos de algo mientras tanto. Contame de
nuevo: ¿cómo conociste al abuelo?
—No
quiero hablar de él. Estoy enojada. ¿Por qué deja que nos pase esto a nosotras?
¿Por qué nos abandonó?
Silencio
nuevamente. Sólo se escuchaba la lluvia que, finalmente, parecía estar parando.
Arriba de la parrilla, el agua les llegaba a la cintura. Ella empezó a temer el
momento en que tuviera que bajar. Hacía tanto frío. A pesar de no creer
demasiado, empezó a rezar.
***
Llueve.
Mucho y de manera constante. Los cordones de la avenida 13 no desbordan pero
arrastran una gran cantidad de agua. Una mujer con capucha roja y campera
oscura camina mecánicamente bajo un paraguas floreado. Para ser domingo, pasan
muchos autos.
El
Club Belgrano de calle 33 entre 12 y 13, resulta ser una biblioteca. O al menos
ahí es donde empiezan a distribuir sillas mientras arriban los primeros
asistentes. Se arman grupos de cuatro o cinco personas que se saludan
alegremente, intercambian unas palabras sobre la lluvia y empiezan a contar
anécdotas familiares. Luego abordan el tema del día: las Audiencias Públicas.
La
semana anterior, el diario El Día
había publicado una convocatoria para tratar el tema de la inundación en la
Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires. Sería el próximo 10 de
octubre y ellos querían saber de qué se trata.
La Ley 13569, en su artículo 8,
establece que “Las Audiencias Públicas son de asistencia libre. Los interesados
en hacer uso de la palabra deberán inscribirse con una antelación de cinco (5)
días al fijado para la realización, y aquellos que deseen formular preguntas en
la Audiencia Pública deberán hacerlo por escrito y previa autorización del
Presidente. Podrán intervenir, a requerimiento de la autoridad convocante, investigadores
y especialistas en el asunto a tratar.”
Entre
estanterías repletas de libros esperando ser clasificados, se posiciona una
mesa, un equipo de sonido y un cartel que dice: “No más inundados. La Plata No
Olvida. Facebook: Asamblea Tolosa”. Porque los organizadores son de ese barrio
y así lo demuestra un libro de Actas que hacen circular, un termo, una alcancía
para “afiches, volantes e impresiones”; todos adornados con el mismo sticker.
—Esta Audiencia Pública es la primera que se
realiza en la Cámara de Diputados de la Provincia —dice Juan Daniel Cocino, representante
del FAP, con una voz fuerte potenciada por un micrófono de los vecinos—. Si
bien hace años que la ley habilita este tipo de instrumentos participativos, la
Cámara nunca realizó una actividad de este tipo.
—Además, no está reglamentada.— Diego Rovella,
de la UCR, está sentado a su izquierda. También está la Concejal por el Frente
Renovador, Marcela Farroni, quien promete “acompañar a todo”—Todo lo que
vayamos haciendo es nuevo, tanto para los vecinos como para los legisladores.
—La idea nuestra es que sea amplia,
participativa y que pueda estructurarse con especialistas: nuestra idea es
tratar de estructurar esto por temas, que no sea una ensalada; cuando hablamos
de obras hidráulicas, hablemos de eso: de la responsabilidad judicial y
política, igual que de subsidios y plan de contingencia—concluye Cocino.
Hasta entonces, los vecinos
pertenecientes a distintas Asambleas, han permanecido callados, atentos a esa nueva
información. Las sillas están todas ocupadas y algunos permanecen parados. Llega
el tema de la inscripción: según el diario, debe ser personal y en un horario
específico. Las quejas no se hacen esperar.
—No tenemos la obligación de conformarnos como
ONGs. ¡Queremos ir como Asambleas, no como unidades!—dice una señora enojada,
por encima de las otras voces.
Tras proponer rápidamente la
conformación de una lista por Asamblea, los funcionarios debaten temas sobre
las propuestas, la conformación de un grupo de especialistas (idealmente de
instituciones como la Universidad Nacional de La Plata), los proyectos
presentados y su actual tratamiento. Los vecinos ya no están callados:
interrumpen para hacer aportes como asambleístas y como ciudadanos indignados
ante la falta de ayuda recibida.
Roxana está sentada entre ellos en
silencio. Antes de dar por finalizada la reunión, decide levantarse y dar su
opinión también.
—Hace 40 años que vivo ahí. Cuatro cero. Y la
calle 61 y 131 hace 70 años que se inunda. Setenta, eh. Siete cero. Respecto a
la alerta temprana: ¿cómo puede ser que la radio Red 92 toda la semana estuvo
anunciando ¡CUIDADO! EL 2 DE ABRIL VA A HABER UNA LLUVIA MUY, MUY COPIOSA.
¡CUIDADO! RIESGO DE INUNDACIÓN. ¿Cómo puede ser, entonces, que el Servicio
Meteorológico no nos haya avisado seriamente al respecto? ¿Y que la
Municipalidad no nos haya mandado un mensajito de texto, aunque sea, diciendo
VAYANSE DE SUS CASAS PORQUE TIENEN LA POSIBILIDAD DE MORIR?
Porque el gobierno platense, desde la
inundación, tomó dos medidas visibles. La primera, y la más polémica, fue la
publicación de un punteo, a modo de recomendación bajo el título “Cómo actuar
frente a una lluvia intensa”:
·
Tener
alimentos no perecederos en lugares altos de la vivienda.
·
Si
el agua está entrando a la vivienda, cortar la electricidad y el gas y buscar
el lugar más alto del domicilio para mantenerse allí hasta que llegue el
rescate.
·
Si
la vivienda no posee planta alta, trasladarse a la casa de algún vecino que sí
la tenga.
·
Si
es necesario evacuar la vivienda nunca se lo debe hacer nadando.
·
Si
se sale con el vehículo, tener especial precaución al conducir. Antes de partir
se debe intentar averiguar las condiciones de las calles para transitar por las
más seguras.
·
Jamás
cruzar un puente en el que el agua rebalse. Tampoco se debe transitar por
calles inundadas porque es difícil conocer la altura del agua y lo que hay
debajo.
La segunda, que se realiza de manera
sistemática cada vez que está nublado, es el envío de mensajes de texto con el
siguiente contenido: “Advertencia. Probabilidad de tormentas fuertes durante el
fin de semana. Evite sacar la basura. Defensa Civil 103. Municipalidad de La
Plata 08009995959”.
***
Una
luz blanca y fuerte la sacó de su ensimismamiento. Su abuela había estado
callada por un buen rato pero estaba bien. Seguía parada al lado suyo. Volvió a
ver la luz y esta vez encontró su origen: en el edificio de enfrente, una
persona estaba en el cuarto o quinto piso sacando fotos de la calle.
—¡AYUDA,
POR FAVOR! ¡AYÚDENNOS!—gritó a todo pulmón, casi quedándose ronca. Nadie le
contestó.
Se
dio cuenta de que nadie iría a salvarlas. Tenía que hacer algo por su cuenta:
¿el agua estaba bajando? Tal vez era cierta esa frase que decía que si uno
repite una mentira por mucho tiempo, eventualmente, se transforma en verdad.
Y
así era. El agua bajaba. La lluvia paraba. Aún seguía escuchando el río de
afuera. Salvo sus gritos, no escuchó ninguno. La mujer del teléfono no volvió a
aparecer.
Su
abuela estaba helada y le dolían las piernas. Ella tomó coraje de donde no
tenía y se sumergió nuevamente en el agua congelada. La linterna, que las había
acompañado durante toda la noche (¿cuántas horas habrían pasado? ¿Cuatro?
¿Cinco?), empezó a fallar. El pasillo estaba desbordado con líquido oscuro. Un
paquete de galletitas de miel marca Riera, flotaba pacíficamente por allí.
La
cocina era un desastre: sin ver con claridad, sentía en el piso cubiertos,
platos, tazas, cajas y otros elementos desparramados. La mesa casi no flotaba
ya pero las sillas sí. Tomó una y volvió con ésta al patio. La puso arriba de
la parrilla y su abuela se sentó pero ella no tuvo fuerzas para volver a subir
así que se limitó a pararse sobre el escalón de la entrada del lavadero y
esperó.
***
“No creí nunca haber tenido que vivir
esta situación de verme inundada por primera vez. Ver cómo podía sacar mis
pequeñas herramientas que he adquirido en la vida, dado que vivo sola, y me
salvé sola, nadie tocó el timbre, nadie gritó, y yo sabía que yo era mi propia
salvación.”
“Yo pensé que cuando se mojaban los
enchufes de abajo ya se cortaría la luz, y no se cortó, y yo no la quise cortar
porque estar en el agua y sin luz me daba más miedo.”
“Se escuchaban los gritos
estremecedores de fondo, veíamos las caras de pánico de la gente que intentaba
refugiarse en sus autos. Mirábamos alrededor y si nadie necesitaba ayuda
seguíamos adelante, no podíamos detenernos a compadecernos de nosotros, no
podíamos distraernos con el panorama desolador de la ciudad bajo el agua,
porque un instante de distracción era la diferencia entre avanzar o morirnos,
la corriente no perdonaba.”
“Todavía tengo en mi mente los gritos,
las voces de mis vecinos o de gente que tal vez pasaba por Parque Castelli,
eran gritos desgarradores pidiendo ayuda.”
“Acá lo que vimos en la plaza cuando
salimos era muchos autos arriba de la plaza, gente subida arriba de los autos,
arriba de los árboles, y el agua venía de todos lados, desde todas partes. Una
chica arriba del techo con el perro, un hombre que dejó el auto debajo del agua
y subió a un techo.”
“Al salir a la calle sentí que estaba
todo derrumbado, la tristeza en todos los rostros de la gente era algo que no
se puede explicar.”
“La lluvia nos robó los recuerdos, nos
dejó sin identidad.”
“Al otro día, la sensación era la de
estar viviendo una película de terror, donde todos éramos protagonistas, todos
zombis, con los rostros desencajados, idos, muchos tirando pertenencias
irremplazables, quizá de toda la vida.”
Fragmentos del libro El agua bajó, las marcas quedan (Ed.
Salir a Flote)
***
Frío. Mucho frío. Silencio. Mucho
silencio. Ya no lloraban. Ya no pedían a gritos que alguien las salvara. Sólo
quedaba esperar y así lo hicieron.
El agua, finalmente, disminuyó. Ayudó a
su abuela a bajar de la parrilla y se arrastraron hasta la cocina. Allí, le puso
la silla y la anciana se sentó. El agua le llegaba al pecho pero estaba tan
cansada que no le importaba. Ella se acomodó sobre la mesada. Tenía pánico de
volver a sumergirse en el hielo.
—Tengo hambre—dijo su abuela con voz
temblorosa. No se había dado cuenta pero no habían probado bocado desde hacía
mucho.
—Hay un paquete de galletitas por acá. Ya te lo
traigo—. Se bajó de su refugio temporal y fue al pasillo. La linterna se murió
pero algo le dio esperanzas. De fondo, escuchó una voz familiar. Provenía de la
radio que nunca apagaron y que se encontraba en el cuarto de al lado. La buscó,
agarró la bolsa flotante y volvió para ayudar, una vez más, a su abuela.
El dial estaba sintonizado en la Red
92. Finalmente averiguaron qué hora era: las dos de la mañana. Aún quedaba
bastante hasta la salida del sol y hasta que baje el agua. Una vez más, les
tocaba esperar.
***
Es un día soleado pero hay mucho
viento. El Parque Castelli está muy bien cuidado: su pasto está cortado, hay
flores de colores y grupos de amigos que se ríen sin ninguna preocupación
mientras pasean perros chicos. En la esquina de 26 y 65 hay un monumento
oscuro, gris, que ofrece un evidente contraste con el realizado por la
colectividad italiana que es de color blanco inmaculado.
Visto de cerca, son manos estiradas
hacia el cielo. Traen a la mente un vago recuerdo del Monumento al ahogado que
está en Punta del Este. Una chapa dorada cierra esa asociación: “Monumento en
memoria de las víctimas de la inundación del 2 de abril de 2013. Familiares y
vecinos. ‘Los tendremos siempre con nosotros…’. Asamblea Vecinal Parque
Castelli”.
A unos metros, Carlos Franchimont,
Juana Tedesco, Susana Martins y Néstor Rodríguez se reúnen frente a una pared
blanca con la frase “El agua bajó, las marcas quedan” que, de a poco, está
siendo transformada en un mural con la técnica de mosaico.
—Es un remanente de la tragedia, de la
inundación, de la catástrofe que va a llevar, en el fondo, una especie de
dibujo grafitado de la silueta de la ciudad inundada, de la cual colaboran
todos los vecinos del barrio. La idea fue en general de todos porque cada idea
nosotros la propusimos y la votó la Asamblea, la discutimos entre todos—dice
Franchimont.
—¿Por qué decidieron utilizar el mosaico?
—Por la idea de permanencia continua: con la
pintura, la pared se va deteriorando de a poco con la lluvia y el sol; pero el
mosaico va a permanecer mucho tiempo. No sabemos cuánto pero va a ser mucho. La
idea de que permanezca a la vista de todos, que se vea desde muy lejos por los
transeúntes de la plaza, la gente que viene a jugar, etc.—. De fondo, se
escucha el ruido de una sierra mientras los vecinos continúan cortando y
pegando.
—¿Quiénes conforman esta Asamblea?
—Es gente muy heterogénea pero tenemos muy en
claro que nosotros compartimos las reivindicaciones por las cuales estamos
peleando. Pensamos muy diferente en otras cosas, nos dedicamos a actividades
muy distintas, pero sabemos bien qué tenemos que compartir. Y eso llevamos
adelante todo el tiempo. Hasta inclusive hay mucha gente que no sé qué piensa
sobre otros temas pero hablamos especialmente de esto.
—¿Cuántos son?
—El número que permaneció más o menos es 30, de
constante reunión. Pero con los que van y vienen, no llegan a 100 pero seremos
60.
Alicia Junco no forma parte de ese
grupo de personas. De hecho, casi nunca sale de su casa salvo para sentarse
unos minutos en la Plaza, acompañada de su hijo, y luego volver. Muy poco sabe
de los reclamos de los vecinos, de los murales que están por la calle 66
conmemorando a los fallecidos y a los vecinos solidarios. Tampoco sabe de la
Audiencia Pública ni de la posibilidad de subsidios. Por tener más de 80 años,
ninguna propuesta hasta ahora pudo beneficiarla. Y su casa, con las manchas de
humedad aún presentes, lo demuestra.
***
El cielo estaba más claro. Debía estar
amaneciendo ya. En el último rato, no estuvo pendiente de la radio porque el
frío, el cansancio y la tristeza la habían vencido. Nunca supo si se durmió o
se desmayó pero estaba segura de haber perdido la noción del tiempo.
Con el agua descendiendo, decidió abrir
la ventana de la cocina. Afuera, el paisaje era desolador: un auto negro estaba
volcado de costado y un chico de veintitantos años estaba sentado sobre las
ventanillas cerradas.
—¡Hola! ¡Hola!—gritó, de manera calma, al
muchacho.
—Hola—le respondió él, como si se tratara de
una conversación en una parada de micro.
—¿Pueden llamar a alguien? ¿Los bomberos o
algo?
—No. Todas las comunicaciones están caídas.
—Ah. Gracias.
Había gente en la calle. Algunos, como
el chico, subidos a sus autos. Otros, abriendo puertas y ventanas para que el
agua escurriera. Finalmente, habían voces, gritos de personas. Pero ya nadie pedía
ayuda.
Al enfrentarse a situaciones extremas,
se dice que a uno se le atraviesa todos los hitos de su vida. Ella se dio
cuenta de que no era así. Su instinto de supervivencia tomó las decisiones más
racionales y correctas mientras su mente le presentaba las reflexiones y los
pensamientos más tontos. Por ejemplo, aprendió que el agua de lluvia es el
mejor desmaquillante.
***
La mañana llegó y con ella, la ayuda
familiar. Tenían frío y estaban exhaustas. Pero estaban vivas. El barrio estaba destruido. La gente en las veredas sacando muebles inutilizados, abrazándose
con los vecinos y contando sus experiencias a cualquiera que quisiera escuchar.
Entre el 3 y 4 de abril, se mandaron
miles de mensajes de textos con la misma pregunta “¿Están todos bien?”. El
servicio fue tan utilizado que las empresas de telefonía móvil decidieron
regalar paquetes de sms para que sus clientes platenses puedan comunicarse con
sus seres queridos y saber en qué situación se encontraban.
Desde ese día, los habitantes de la
capital bonaerense empezaron a organizarse en Asambleas, continuaron con sus
vidas y/o buscaron la manera de recomponer lo perdido tras la inundación. Desde
ese día, comparten un sentimiento de culpa, de cuestionamiento sobre si podían
haberle advertido a los 89 fallecidos, sobre si se podía haber prevenido la
catástrofe, sobre si todo debía haber terminado así.