Sunday, November 2, 2014

Inundados crónicos y fríos (Crónica sobre la Inundación en La Plata el 2 de abril de 2013)

     Hay una frase de la serie Criminal Minds que dice: “a veces no hay palabras, no hay frases inteligentes que puedan resumir de manera prolija lo que sucedió ese día. A veces hacés las cosas bien, exactamente bien, y aún así te sentís como si hubieses fracasado. ¿Tenía que terminar de esa manera? ¿Se podría haber hecho algo para prevenir la tragedia en primer lugar?”. Muchas personas que hayan estado en la capital de Buenos Aires el 2 de abril de 2013 pueden identificarse con esa frase. Muchas.
         Porque para los habitantes de La Plata, ese día pasó a significar mucho más que un recordatorio por los caídos de Malvinas. Para los habitantes de La Plata, ese día hizo que empezaran a temer a la lluvia. Ese día los enfrentó a una situación llena de desesperación, angustia, tristeza. Pero también solidaridad.
         La inundación del 2 de abril, donde cayeron 390 mm de agua en siete horas, atrajo incontables consecuencias para los residentes de varios barrios de La Plata, Berisso y Ensenada: unos perdieron objetos personales acumulados durante toda su vida; otros, vieron derrumbarse habitaciones enteras por la fuerza de la tormenta; y, muchos perdieron su vida.
         Hay centenares de anécdotas sobre esa noche pero la historia de Alicia Junco se destaca porque, aún hoy, a 18 meses del evento, las paredes y puertas de su casa tienen vestigios del paso del agua.

         La cocina es bastante grande. En uno de sus costados, hay una mesa rectangular con seis sillas, todas acomodadas para ver la televisión que está prendida en mute. En un aparador evidentemente nuevo, hay fotos de su familia en un cumpleaños de 15 y de su fallecido esposo. Todas están un poco desteñidas, con manchas. De fondo, se escucha una radio que proviene de la habitación.
—No es la primera vez que me inundo. Vivo acá desde hace 42 años y siempre me entró agua. Pero era poca: unos centímetros que podía sacar con el secador, con la ayuda de alguna de mis nietas o de la chica que limpia. Pero ese día fue diferente.
Está sentada en la cabecera de la mesa. Con sus 82 años, mira con tristeza a través de sus gruesos anteojos al mismo tiempo que entrecruza sus manos un poco descuidadas sobre un mantel color beige.
—Este es nuevo—dice señalándolo—. Tenía uno con frutas de un lado y una felpita verde del otro. Mis nietas lo usaban para jugar a las cartas. Se fue. Lo perdí ese día.
***
         Ese día amaneció como cualquier otro; estaba soleado y no hacía ni frío ni calor. Los planes eran los mismos de siempre: tratar de mantener la casa limpia, cocinar algo sencillo, dormir la siesta, merendar, cenar y ver las telenovelas favoritas. Alicia sabía que su familia estaba cerca: si bien vivían en las afueras de la ciudad, tenían un cumpleaños a unas cuadras de su casa. Tal vez los llamaría por la tarde para ver cómo andaban. Tal vez.
         Alrededor de las tres de la tarde, tras escuchar en la radio que llovería, se levantó a descolgar el repasador que estaba en el patio. No se preocupó demasiado. Volvió adentro, se sentó en su silla mecedora blanca y esperó el agua.
         Pasó poco tiempo, no recuerda cuánto, pero la lluvia empezó a caer de manera constante e imparable. Los cordones de la calle no tardaron en rebasarse. Aún no estaba preocupada: pasaba demasiado seguido. Pero el agua no frenó: continuó subiendo y subiendo hasta que, finalmente, encontró una forma de entrar a su casa.
Está entrando agua por todos lados. ¿qué hago? ¡Ayuda! ¡Ayuda!
No te preocupes, abuela. Ya voy para allá.
         Nunca supo por qué pero la nieta tenía que llegar a ver a su abuela. Sabía que era normal que se inunde la zona de Parque Castelli. No era la primera vez que recibía ese tipo de llamados. Pero estaba tranquila.
         Decidió cruzar la rambla de circunvalación a pie: mala idea. El agua también había alcanzado esa zona. Uno de sus primos se ofreció a llevarla en auto. Ella ya estaba mojada de pies a cabeza pero accedió igual.
         La zona de 67 y 29 era un río casi imposible de cruzar. Debería haber sonado alguna alarma, algún tipo de señal que indicara que eso no iba a mejorar, que debían irse rápido, huir, salvar sus vidas. Pero nada de eso sucedió. La chica entró a ver a su abuela, que seguía sentada en su mecedora y lloraba.
No pasa nada, abuela. El agua va a bajar, como siempre lo hace. Voy a esperar con vos hasta que lo haga. No te preocupes que le pasamos el secador y ya.
         Silencio. Agua cristalina y silencio. Decidió sacarse las zapatillas y las medias y las apoyó en la mesada para que se sequen. Hasta el día siguiente, no supo más de ellas.
***
”El agua nos tapó y nada cura las heridas…”
         Los 2 de cada mes, un grupo heterogéneo de personas se reúnen en Plaza Moreno al anochecer con una extensa bandera argentina, carteles y fotos. Las imágenes, contrariamente a lo que uno pudiese pensar, no muestran casas destruidas, muebles inutilizados y personas llorando. Por el contrario, muestran, mes a mes el reclamo de justicia. Por la cantidad de fallecidos, por la falta de ayuda por parte del Estado, por la desesperación y abandono que, aún hoy, siguen sintiendo.
”…Personas que no están más porque estaban desprevenidas…”
         No está lloviendo pero hay charcos por todos lados. Una de las calles céntricas está cortada por un grupo de fanáticos del club de fútbol Gimnasia y Esgrima La Plata: están haciendo el típico banderazo de apoyo a su equipo antes del clásico local. A unas cuadras, en la puerta de la Municipalidad, hay alrededor de 40 o 50 personas que se reúnen en pequeños grupos y charlan. Algunos tienen termos y reparten mates a sus conocidos, otros tienen pilas de papeles que entregan a los transeúntes que pasan distraídamente por allí.


         Uno de esos papeles resulta ser el panfleto de un libro que se presentará en los próximos días. “El agua bajó, las marcas quedan” es el título. También es el lema de la Asamblea Vecinal de Parque Castelli, fundada el 9 de abril, como uno de los tantos grupos que se formaron después de la inundación.
         —No, no son anécdotas. El libro recopila vivencias. También hay declaraciones de expertos, informes y másme dice una señora con una pila de panfletos. Como muchos, tiene una remera que la identifica como parte de una Asamblea. También los hay de Tolosa, de Barrio Norte, de la zona del Cementerio, Plaza San Martín, Parque Saavedra.
         —¿Cómo fue financiado?
         —Lo financiamos a través de locros, colectas que realizamos en el barrio.
         ”…Objetos personales flotando por avenidas...”
         Un cartel blanco con letras negras dice “Basta de inundados”; otro, “Asambleas inundados La Plata”; en el fondo, una pequeña bandera anuncia que el Partido Obrero también se encuentra presente.
         El grupo es heterogéneo e incluye chicos pequeños (que corretean y señalan las distintas fotografías, carteles y luces a sus padres), ancianos, adolescentes, personas muy bien arregladas y otras no tanto; algunas inclusive están identificadas con la remera de su Asamblea, mientras otras permanecen anónimas. Un par de periodistas se acercan para hablar con ellos. Nadie tiene problema en responder las preguntas. Algunos señalan a los más idóneos para contestar pero aún así dicen su punto de vista.
         Una chica joven, con remera negra, está agachada cerca de un cantero lleno de flores de colores con un cartel en el medio que dice “La Plata. Familiares de víctimas de la inundación. Homenaje Víctimas 2 de abril”. Despreocupadamente, como si fuese su trabajo, quita los yuyos de entre las plantas y los arroja a una pila.
         Muy cerca de ella hay un parlante gigante que repite una y otra vez una canción sobre la inundación. El volumen está muy alto. Probablemente, se escuche del otro lado de la Plaza. Probablemente, esa sea la intención. Es una marcha más, un mes más de reclamo.
         ”…Señores del gobierno regalando salvavidas.”
***
         —¿Cómo está la abuela?
         —Ya sabés. Está mal, llorando. Pero acá está todo bien. Tenemos agua, sí. Pero parece que la lluvia está parando.
         —Cualquier cosa, llamanos.
         —Sí. No te preocupes. Estamos bien. Está todo bien. No se cortó la luz, por suerte. Ahora vamos a jugar a las cartas.
         Cortó la llamada con su mamá y miró a su abuela que parecía más tranquila ahora que no estaba sola. Ella no tenía miedo. ¿Por qué habría de tenerlo? La radio transmitía música y, de vez en cuando, el noticiero anunciaba la persistente lluvia en toda la ciudad.
         El agua ya cubría sus pies. Estaba fría pero seguía siendo cristalina. Decidió ir hasta la cocina y sacar el último cajón del modular para ponerlo arriba de la mesa. Ahí estaban los manteles, repasadores y servilletas. No tenían mucha importancia pero no quería que se mojaran. Volvió a sonar el teléfono. Era la prima de su abuela. Por su casa, a unas cuadras de distancia, estaba todo bien. Llovía pero no había agua en las viviendas.
         —Cualquier cosa, llamameterminó la prima antes de colgar.
         El agua seguía subiendo. Lenta pero segura. Afuera parecía que alguien había dejado la ducha abierta. Las persianas estaban cerradas por lo que sólo se podía ver por las cerraduras: el patio estaba inundado también, pero ahí el agua ya estaba oscura. Muy oscura.
         La luz nunca se apagó. Ni siquiera estando a milímetros de los enchufes. Por su seguridad, ella decidió desenchufar todo primero y cortarla, después. Volvió al cuarto de su abuela a oscuras y buscó una linterna. Como todo en esa casa, no era nueva y las pilas de vez en cuando fallaban, pero servía.
Riiiiing
         Al cortar la luz, inutilizó el teléfono inalámbrico. Debería haberse dado cuenta. Se levantó de la cama, donde mantenía sus pies lejos de la helada agua y caminó a la cocina. La casa de sus abuelos, la casa que conoció durante sus 25 años, donde jugó y rió, donde esperó la llegada de Papá Noel en más de una ocasión, se seguía inundando y no parecía que la lluvia fuera a parar.
         —¿Hola?
         —¿Cómo están por allá? Acá hay 40 centímetros de agua. Nunca había pasado esto.
         —Emm, bien. Pero no sé qué hacer ya. El agua no baja. ¿Qué hago?
         —Llamá a los bomberos. Andá a lo de los vecinos, que tienen planta alta.
         —Bueno.
         Cortó. Recibió dos o tres llamadas más. Era su hermana, su mamá nuevamente y una amiga de su abuela. Cada vez era más difícil llegar a la cocina. Cada vez el agua estaba más fría. Buscó la guía de teléfono y llamó a Defensa Civil o a los bomberos, no se acuerda. Prometieron rescatarlas y llevarlas a un refugio. Nunca vino nadie.
         La última llamada fue de su mamá.
         —Ya no sé qué hacer, má. Sigue entrando agua… Me parece que ya no podemos salir.
         A pesar de tener una Palm, su celular era inútil el 90 por ciento del tiempo. Esa vez no tenía que fallar. Habiéndose cortado la posibilidad de llamar por el teléfono común, agarró su cartera de arriba del modular y marcó el más temido número: el 911. No funcionó.
         Decidió que era hora de dejar la casa. Tenían que huir porque el agua, la helada y terrible agua, seguía subiendo. Miró por la mirilla de la puerta y el alma se le cayó a los pies: afuera, la calle 67 era un río marrón que casi alcanzaba su altura. El único sonido provenía de él y de su abuela que seguía llorando y se agarraba del sillón que había empezado a flotar.
         —No. No. No. Yo no me voy a morir así. No. No. NOrepetía una y otra vez mientras forcejeaba con la puerta. Pero no cedió.
***
         Parece mentira pero cada vez que se realiza algún evento relacionado con la inundación, el día anterior o ese mismo, se nubla o llueve. El 6 de septiembre, el día que los vecinos de la Asamblea Parque Castelli decidieron para llevar adelante la presentación de su libro, no es diferente.
         Por la mañana caen unas gotas molestas pero a la tarde el cielo se despeja. A pesar de ser las 17.30 horas, el barrio está tranquilo. No hay casi nadie en la calle. La mayoría de las casas parecen recién pintadas. La de Alicia parece ser la única estancada en ese dos de abril por las manchas que tiene en su fachada. Al lado de su puerta, hay un pequeño grafiti que marca hasta donde llegó el agua: 170 centímetros. Ella mide 150.
         Muy pocos de sus vecinos tienen el mismo cartel. Algunos porque pintaron encima, otros porque no quisieron que los asambleístas lo dibujen por razones varias.
         A unas cuadras de la casa de Alicia, está el club “El Fortín”. Por un pasillo adornado por acusaciones políticas en panfletos, se llega al salón principal que está lleno de sillas blancas y está abarrotado de gente. Sin conocerte, la mayoría te saluda con un “hola”, un “buenas tardes” o un “gracias por venir”. Al lado de la puerta hay una pequeña mesa con tartas, tortas, sándwiches y bebidas que ofrece un grupo de señoras sonrientes quienes charlan alegremente con los compradores. A un costado del salón dos mujeres acomodan de manera prolija pilas de decenas de libros negros y blancos.
—El libro surgió como expresión del dolor. Nos planteamos la idea de cómo contar lo que había pasado; las causas y las consecuencias que no tienen mucho que ver con decir que llovió porque llovió y nos inundamos por esa causa. Ya había datos que decían que había que tomar cartas en el asunto y no lo han hecho—cuenta Néstor Rodríguez, un hombre con una sonrisa fácil y mucha amabilidad al saludar, cada dos segundos, a alguien distinto.

         En cada una de las paredes del club, hay fotos pegadas en un marco de cartón recortado con la forma de una casa: son imágenes de distintos autores que muestran las consecuencias de la inundación en autos dados vuelta, casas con muebles destruidos, manchas en las paredes, calles desiertas y personas tristes. Muy tristes.
         Todas las sillas apuntan a un improvisado escenario bajo la bandera de la Asamblea de Parque Castelli. A un costado, hay otra tela que dice “Unión de Asambleas barriales 2 de abril”. Más de cien personas se congregan alrededor, la cita empieza a las 18 horas y en menos de media hora todos los asientos están ocupados.
         Néstor pasa saludando fila por fila a sus vecinos, sus amigos e, inclusive, se detiene a saludar a gente que no conoce. A pesar de la desolación que generan las imágenes y el motivo de la reunión, hay un ambiente muy familiar y alegre.
         Se apagan las luces y eso indica que la presentación está por comenzar.
***
         Después de haber visto Titanic, siempre se imaginó flotando entre muebles y otros objetos. Era un pensamiento tonto e infantil pero no lo vio como terrible hasta el momento en que volvió al cuarto de su abuela a buscar la linterna y vio cómo la cajonera se despegaba del piso, arrojando pequeñas figuras de cerámica y una imagen del niño Jesús, al agua. Al oscura y helada agua.
         —¿Qué querés que te salve, abuela?
         —Todo.
         —No puedo salvarte todo, abuela. Decime qué querés que…
         —Todo.
         Los gritos irracionales se habían acabado. La desesperación y el sentimiento de abandono también. Había que ser racionales. Había que vivir y salvar lo más posible. La situación no podría empeorar, ¿no? ¿No?
         Primero, ayudó a subir a su abuela a una silla de la cocina. Después, se arrastró como pudo, con el agua helada llegándole a la cintura, hasta los cuartos. Empezó a subir cosas sobre las camas, que también habían empezado a flotar. Los televisores, los cajones con documentos, la radio, unas lámparas y otros objetos de valor. Se olvidó las fotos. Pero estaban arriba de los roperos. Pensó que no se caerían.
         Al volver a la cocina, estaba congelada. Siempre pensó que, como sucede en una pileta, el cuerpo se acostumbraría al frío pero nunca pasó tal cosa. Decidió que era hora de subirse a algo también e intentó escalar a la mesa ayudándose del modular. Mala idea.
         Como si se tratara de un cartón mojado, el mueble se desplomó en un abrir y cerrar de ojos. No la aplastó porque se arrojó contra la ventana pero en el movimiento perdió su cartera con el celular y documentos que cayeron al agua. Los platos empezaron a caer también: copas antiquísimas, cubiertos, adornos y otras cosas se estrellaron contra el piso. Ella pedía perdón pero nadie la escuchaba. Afuera seguía lloviendo y el agua hacía lo imposible por entrar: a través del vidrio de la ventana podía ver cómo el líquido sobrepasaba la cantidad que había adentro y se empeñaba en ingresar.
         Tal vez sucedería lo que pasó con el Titanic. Tal vez los vidrios explotarían y se llenarían de agua más rápido. Era hora de hacer algo. Era hora de enfrentar ese río helado.
***
         A veces los muñecos son las mejores opciones para contar una historia. En las terapias psicológicas, más de un profesional los utiliza para tratar el problema de los niños. Tal vez los miembros de la Asamblea Parque Castelli lo sepan, tal vez no. Pero, luego de la presentación de un video de 10 minutos en el que se escucha una y otra vez distintas versiones de la misma frase “pensé que nos íbamos a morir”, dos chicas aparecen con dos títeres gigantes, representando a dos señoras amigas.
         —¡Ay! ¡Querida! ¿Cómo estás?
         —¡Mirame! Estoy sólo con lo puesto. No lo puedo creer.
         La representación genera risas, gritos de aprobación y de indignación cuando aparecen muñecos con las características del intendente Pablo Bruera y el gobernador Daniel Scioli. Los titiriteros representan el sentimiento de abandono por parte del Estado y la necesidad de generar una Asamblea para pedir justicia, además de obras y subsidios. Porque temen que se vuelva a repetir lo sucedido.
         Luego, empieza la presentación más formal de la mano de asambleístas, funcionarios y otros involucrados con la realización de un libro que contiene una mezcla de informes, testimonios, entrevistas, descripciones, fotos y dibujos. A un valor de cien pesos, el texto viene acompañado de un simpático papelito con la fe de erratas; un señalador con agradecimientos y la página de Facebook de la Asamblea; y un CD lleno de fotos y documentaciones divididas en siete categorías (Informes Previos, Mapas, Informe del Colegio de Trabajo Social, Reacción Social, El tema de las obras hidráulicas, Ley de endeudamiento, Fotos).
         Ester Redondo es la moderadora de la presentación. Haciendo chistes sobre fallas en el micrófono, introduce a cada uno de los expositores y reflexiona sobre el título del libro al decir que las marcas deben quedar “para que estemos atentos, para que vigilemos el accionar de nuestros políticos”.
—Nosotros empezamos después de una semana de la inundación, cuando las casas empezaban a ser un poquito más habitables. Nos unió la necesidad, la urgencia que teníamos. Nos empezamos a dar una mano entre todos y ayudarnos. Las primeras reuniones fueron en la esquina de 66 y 27. Al principio era también un poco de catarsis: teníamos esa necesidad de hablarlo, de contarlo, de decirles a vecinos que vivían en otras cuadras, aunque hayamos vivido lo mismo—. La introducción la hace uno de los asambleístas, sentado en una larga mesa adornada con remeras negras que tienen estampado el lema de ellos, El agua bajó, las marcas quedan—. Nos empezamos a organizar con otras asambleas, con otros vecinos, para lograr entender que el problema no era solamente Parque Castelli sino que era un problema en general. Y no sólo de La Plata, porque Berisso y Ensenada también tuvieron zonas que se inundaron.
***
         Por lo general, la llave del patio siempre estaba arriba de la mesita ratona del pasillo. Ese día, recordó que la había visto en la cocina. Fue a buscarla y la agarró con fuerza. Era su única forma de escapar.
         Empujando las sillas y los pedazos de modular caído, se acercó a su abuela. Un vidrio cortó la planta de su pie derecho y recordó que estaba descalza. Debía andar con más cuidado.
         —Vamos al patio, abuela. No podemos quedarnos más acá.
         —Pero me voy a ahogar. Ya no hago pie.
         —Yo te llevo. Agarrate de mi cuello que te llevo. Se puso de espaldas y esperó que la anciana de 81 años se agarre de ella antes de avanzar. Un ruido la estremeció y algo la noqueó por un segundo: la lustrosa puerta de madera se desprendió de sus bisagras y empezó a flotar también, golpeando sus cabezas al caer.
         La puerta que daba al patio interno de Alicia Junco era de metal y vidrio. Un toldo grueso y verde solía proteger la casa del sol y de la lluvia. La llave, que siempre ocasionaba problemas al ser usada, calzó a la perfección y giró.
         Como si estuviera viva, el agua notó una puerta que cedía y entró a la casa, empujándolas hacia adentro unos centímetros. Con su abuela en la espalda, ella empujó la fuerza invisible y supo qué necesitaba: debían llegar a la pequeña parrilla que décadas atrás había empotrado su abuelo a la pared.
         Nunca supo de dónde sacó la fuerza ni la voluntad. Seguía lloviendo y hacía mucho frío. Pero la decisión estaba tomada: con esfuerzo y determinación, ayudó a Alicia a subir a la parrilla y luego ascendió ella. Desde allí, pudo observar todo.
         El patio no era grande. Las paredes blancas estaban manchadas de negro por el paso del tiempo. La puerta por la que habían salido, estaba a su izquierda y seguía abierta. Enfrente de ellas, había otra puerta que daba al hall principal pero estaba tan oscuro que no la veía claramente. La parrilla estaba posicionada delante de un pequeño lavadero cuya puerta estaba trabada con un alambre que poco hizo por detener el avance del agua.
         Al haberse subido a la parrilla, ambas alcanzaban la altura del techo de chapa del lavadero. Por ahí se escurría el agua de la lluvia que aún no había parado. Hacía tanto frío…
         —¡AYUDA! POR FAVOR, ¡AYUDA! NOS AHOGAMOS—. Su abuela estaba desesperada. Sus lágrimas se mezclaban con el agua oscura de la inundación.
         —Por favor, salven a mi abuela. ¡Ayúdennos!—. Su voz parecía provenir de otra persona. Nunca se había escuchado tan aterrada. Nunca había gritado tan fuerte. Nunca había pensado en que algo así podría ocurrirles—. ¡AYUDA!
***
         —¿Por qué apareció el libro, con qué objetivo —se pregunta Carlos Franchimont, artista y asambleísta—. Algunos decían: eso fue una lluvia, un temporal, una lluvia esporádica, una fatalidad, la Divina Providencia. Después de un año y pico de indagar, estudiar, de leer, averiguamos un paquete de cosas.
         Entre esas cosas, incluyen el tema del Código de Ordenamiento Urbano, el cual permite la instalación de nuevos edificios sin prever el tema del agua; los aliviadores (túneles que permitirían un desagote hidráulico más rápido) que en los últimos años pasaron a ser canchas de fútbol; y otras cuestiones, propuestas y planificaciones de obras que nunca se llevaron a cabo.
         Entre asentimientos de cabeza por parte de los vecinos, el orador también menciona rápidamente a Cuba y a su plan de contingencia. Cuba posee un sistema de protección y defensa contra huracanes a partir del cual, además de desarrollar infraestructuras hidráulicas apropiadas para proteger a los pobladores; poseen un ejercicio denominado Meteoro. Éste es un simulacro de dos días, que se realiza a principios de junio y pretende preparar no sólo a los funcionarios, sino también a los cubanos ante posibles desastres naturales. Franchimont concluye que lo único que hace falta es “compromiso”.
         Luis Arias es el juez que investiga distintos aspectos de la inundación: la cantidad de víctimas fatales, la posibilidad de subsidios, la existencia de planes de contingencia.
—Somos una ciudad inundable. El cambio climático mata. Las inundaciones matan. Tenemos que tomar conciencia —dice al micrófono frente a casi cien personas que miran atentamente las primeras páginas del libro—. Hay que organizarse para estar preparados por si vuelve a ocurrir un evento como éste. Si mañana vuelve a pasar algo, estamos en la misma situación.
***
         Tal vez pasaron cinco minutos. Tal vez dos horas. Pero al tiempo, una señora se asomó al balcón de uno de los departamentos vecinos y las vio. Tenía el celular en la mano y parecía estar hablando con alguien.
         —¡AYUDA! ¡SÁLVENNOS! ¡AYUDA! ¡AYUDA!—. La mujer las vio y les gritó algo así como “los bomberos están en camino”. Ella dudó de la veracidad de esa frase pero tenía que calmar a su abuela porque, si se descompensaba, no habría nada que pudiera hacer para salvarla.
         —¿Escuchaste, abuela? Van a venir a salvarnos. Hablemos de algo mientras tanto. Contame de nuevo: ¿cómo conociste al abuelo?
         —No quiero hablar de él. Estoy enojada. ¿Por qué deja que nos pase esto a nosotras? ¿Por qué nos abandonó?
         Silencio nuevamente. Sólo se escuchaba la lluvia que, finalmente, parecía estar parando. Arriba de la parrilla, el agua les llegaba a la cintura. Ella empezó a temer el momento en que tuviera que bajar. Hacía tanto frío. A pesar de no creer demasiado, empezó a rezar.
***
         Llueve. Mucho y de manera constante. Los cordones de la avenida 13 no desbordan pero arrastran una gran cantidad de agua. Una mujer con capucha roja y campera oscura camina mecánicamente bajo un paraguas floreado. Para ser domingo, pasan muchos autos.
         El Club Belgrano de calle 33 entre 12 y 13, resulta ser una biblioteca. O al menos ahí es donde empiezan a distribuir sillas mientras arriban los primeros asistentes. Se arman grupos de cuatro o cinco personas que se saludan alegremente, intercambian unas palabras sobre la lluvia y empiezan a contar anécdotas familiares. Luego abordan el tema del día: las Audiencias Públicas.
         La semana anterior, el diario El Día había publicado una convocatoria para tratar el tema de la inundación en la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires. Sería el próximo 10 de octubre y ellos querían saber de qué se trata.
         La Ley 13569, en su artículo 8, establece que “Las Audiencias Públicas son de asistencia libre. Los interesados en hacer uso de la palabra deberán inscribirse con una antelación de cinco (5) días al fijado para la realización, y aquellos que deseen formular preguntas en la Audiencia Pública deberán hacerlo por escrito y previa autorización del Presidente. Podrán intervenir, a requerimiento de la autoridad convocante, investigadores y especialistas en el asunto a tratar.”

         Entre estanterías repletas de libros esperando ser clasificados, se posiciona una mesa, un equipo de sonido y un cartel que dice: “No más inundados. La Plata No Olvida. Facebook: Asamblea Tolosa”. Porque los organizadores son de ese barrio y así lo demuestra un libro de Actas que hacen circular, un termo, una alcancía para “afiches, volantes e impresiones”; todos adornados con el mismo sticker.
—Esta Audiencia Pública es la primera que se realiza en la Cámara de Diputados de la Provincia —dice Juan Daniel Cocino, representante del FAP, con una voz fuerte potenciada por un micrófono de los vecinos—. Si bien hace años que la ley habilita este tipo de instrumentos participativos, la Cámara nunca realizó una actividad de este tipo.
—Además, no está reglamentada.— Diego Rovella, de la UCR, está sentado a su izquierda. También está la Concejal por el Frente Renovador, Marcela Farroni, quien promete “acompañar a todo”—Todo lo que vayamos haciendo es nuevo, tanto para los vecinos como para los legisladores.
—La idea nuestra es que sea amplia, participativa y que pueda estructurarse con especialistas: nuestra idea es tratar de estructurar esto por temas, que no sea una ensalada; cuando hablamos de obras hidráulicas, hablemos de eso: de la responsabilidad judicial y política, igual que de subsidios y plan de contingencia—concluye Cocino.
         Hasta entonces, los vecinos pertenecientes a distintas Asambleas, han permanecido callados, atentos a esa nueva información. Las sillas están todas ocupadas y algunos permanecen parados. Llega el tema de la inscripción: según el diario, debe ser personal y en un horario específico. Las quejas no se hacen esperar.
—No tenemos la obligación de conformarnos como ONGs. ¡Queremos ir como Asambleas, no como unidades!—dice una señora enojada, por encima de las otras voces.
         Tras proponer rápidamente la conformación de una lista por Asamblea, los funcionarios debaten temas sobre las propuestas, la conformación de un grupo de especialistas (idealmente de instituciones como la Universidad Nacional de La Plata), los proyectos presentados y su actual tratamiento. Los vecinos ya no están callados: interrumpen para hacer aportes como asambleístas y como ciudadanos indignados ante la falta de ayuda recibida.
         Roxana está sentada entre ellos en silencio. Antes de dar por finalizada la reunión, decide levantarse y dar su opinión también.
—Hace 40 años que vivo ahí. Cuatro cero. Y la calle 61 y 131 hace 70 años que se inunda. Setenta, eh. Siete cero. Respecto a la alerta temprana: ¿cómo puede ser que la radio Red 92 toda la semana estuvo anunciando ¡CUIDADO! EL 2 DE ABRIL VA A HABER UNA LLUVIA MUY, MUY COPIOSA. ¡CUIDADO! RIESGO DE INUNDACIÓN. ¿Cómo puede ser, entonces, que el Servicio Meteorológico no nos haya avisado seriamente al respecto? ¿Y que la Municipalidad no nos haya mandado un mensajito de texto, aunque sea, diciendo VAYANSE DE SUS CASAS PORQUE TIENEN LA POSIBILIDAD DE MORIR?
         Porque el gobierno platense, desde la inundación, tomó dos medidas visibles. La primera, y la más polémica, fue la publicación de un punteo, a modo de recomendación bajo el título “Cómo actuar frente a una lluvia intensa”:
·         Tener alimentos no perecederos en lugares altos de la vivienda.
·         Si el agua está entrando a la vivienda, cortar la electricidad y el gas y buscar el lugar más alto del domicilio para mantenerse allí hasta que llegue el rescate.
·         Si la vivienda no posee planta alta, trasladarse a la casa de algún vecino que sí la tenga.
·         Si es necesario evacuar la vivienda nunca se lo debe hacer nadando.
·         Si se sale con el vehículo, tener especial precaución al conducir. Antes de partir se debe intentar averiguar las condiciones de las calles para transitar por las más seguras.
·         Jamás cruzar un puente en el que el agua rebalse. Tampoco se debe transitar por calles inundadas porque es difícil conocer la altura del agua y lo que hay debajo.
         La segunda, que se realiza de manera sistemática cada vez que está nublado, es el envío de mensajes de texto con el siguiente contenido: “Advertencia. Probabilidad de tormentas fuertes durante el fin de semana. Evite sacar la basura. Defensa Civil 103. Municipalidad de La Plata 08009995959”.
***
         Una luz blanca y fuerte la sacó de su ensimismamiento. Su abuela había estado callada por un buen rato pero estaba bien. Seguía parada al lado suyo. Volvió a ver la luz y esta vez encontró su origen: en el edificio de enfrente, una persona estaba en el cuarto o quinto piso sacando fotos de la calle.
         —¡AYUDA, POR FAVOR! ¡AYÚDENNOS!—gritó a todo pulmón, casi quedándose ronca. Nadie le contestó.
         Se dio cuenta de que nadie iría a salvarlas. Tenía que hacer algo por su cuenta: ¿el agua estaba bajando? Tal vez era cierta esa frase que decía que si uno repite una mentira por mucho tiempo, eventualmente, se transforma en verdad.
         Y así era. El agua bajaba. La lluvia paraba. Aún seguía escuchando el río de afuera. Salvo sus gritos, no escuchó ninguno. La mujer del teléfono no volvió a aparecer.
         Su abuela estaba helada y le dolían las piernas. Ella tomó coraje de donde no tenía y se sumergió nuevamente en el agua congelada. La linterna, que las había acompañado durante toda la noche (¿cuántas horas habrían pasado? ¿Cuatro? ¿Cinco?), empezó a fallar. El pasillo estaba desbordado con líquido oscuro. Un paquete de galletitas de miel marca Riera, flotaba pacíficamente por allí.
         La cocina era un desastre: sin ver con claridad, sentía en el piso cubiertos, platos, tazas, cajas y otros elementos desparramados. La mesa casi no flotaba ya pero las sillas sí. Tomó una y volvió con ésta al patio. La puso arriba de la parrilla y su abuela se sentó pero ella no tuvo fuerzas para volver a subir así que se limitó a pararse sobre el escalón de la entrada del lavadero y esperó.
***
         “No creí nunca haber tenido que vivir esta situación de verme inundada por primera vez. Ver cómo podía sacar mis pequeñas herramientas que he adquirido en la vida, dado que vivo sola, y me salvé sola, nadie tocó el timbre, nadie gritó, y yo sabía que yo era mi propia salvación.”
         “Yo pensé que cuando se mojaban los enchufes de abajo ya se cortaría la luz, y no se cortó, y yo no la quise cortar porque estar en el agua y sin luz me daba más miedo.”
         “Se escuchaban los gritos estremecedores de fondo, veíamos las caras de pánico de la gente que intentaba refugiarse en sus autos. Mirábamos alrededor y si nadie necesitaba ayuda seguíamos adelante, no podíamos detenernos a compadecernos de nosotros, no podíamos distraernos con el panorama desolador de la ciudad bajo el agua, porque un instante de distracción era la diferencia entre avanzar o morirnos, la corriente no perdonaba.”
         “Todavía tengo en mi mente los gritos, las voces de mis vecinos o de gente que tal vez pasaba por Parque Castelli, eran gritos desgarradores pidiendo ayuda.”
         “Acá lo que vimos en la plaza cuando salimos era muchos autos arriba de la plaza, gente subida arriba de los autos, arriba de los árboles, y el agua venía de todos lados, desde todas partes. Una chica arriba del techo con el perro, un hombre que dejó el auto debajo del agua y subió a un techo.”
         “Al salir a la calle sentí que estaba todo derrumbado, la tristeza en todos los rostros de la gente era algo que no se puede explicar.”
         “La lluvia nos robó los recuerdos, nos dejó sin identidad.”
         “Al otro día, la sensación era la de estar viviendo una película de terror, donde todos éramos protagonistas, todos zombis, con los rostros desencajados, idos, muchos tirando pertenencias irremplazables, quizá de toda la vida.”
Fragmentos del libro El agua bajó, las marcas quedan (Ed. Salir a Flote)
***
         Frío. Mucho frío. Silencio. Mucho silencio. Ya no lloraban. Ya no pedían a gritos que alguien las salvara. Sólo quedaba esperar y así lo hicieron.
         El agua, finalmente, disminuyó. Ayudó a su abuela a bajar de la parrilla y se arrastraron hasta la cocina. Allí, le puso la silla y la anciana se sentó. El agua le llegaba al pecho pero estaba tan cansada que no le importaba. Ella se acomodó sobre la mesada. Tenía pánico de volver a sumergirse en el hielo.
—Tengo hambre—dijo su abuela con voz temblorosa. No se había dado cuenta pero no habían probado bocado desde hacía mucho.
—Hay un paquete de galletitas por acá. Ya te lo traigo—. Se bajó de su refugio temporal y fue al pasillo. La linterna se murió pero algo le dio esperanzas. De fondo, escuchó una voz familiar. Provenía de la radio que nunca apagaron y que se encontraba en el cuarto de al lado. La buscó, agarró la bolsa flotante y volvió para ayudar, una vez más, a su abuela.
         El dial estaba sintonizado en la Red 92. Finalmente averiguaron qué hora era: las dos de la mañana. Aún quedaba bastante hasta la salida del sol y hasta que baje el agua. Una vez más, les tocaba esperar.
***
         Es un día soleado pero hay mucho viento. El Parque Castelli está muy bien cuidado: su pasto está cortado, hay flores de colores y grupos de amigos que se ríen sin ninguna preocupación mientras pasean perros chicos. En la esquina de 26 y 65 hay un monumento oscuro, gris, que ofrece un evidente contraste con el realizado por la colectividad italiana que es de color blanco inmaculado.
         Visto de cerca, son manos estiradas hacia el cielo. Traen a la mente un vago recuerdo del Monumento al ahogado que está en Punta del Este. Una chapa dorada cierra esa asociación: “Monumento en memoria de las víctimas de la inundación del 2 de abril de 2013. Familiares y vecinos. ‘Los tendremos siempre con nosotros…’. Asamblea Vecinal Parque Castelli”.

         A unos metros, Carlos Franchimont, Juana Tedesco, Susana Martins y Néstor Rodríguez se reúnen frente a una pared blanca con la frase “El agua bajó, las marcas quedan” que, de a poco, está siendo transformada en un mural con la técnica de mosaico.
—Es un remanente de la tragedia, de la inundación, de la catástrofe que va a llevar, en el fondo, una especie de dibujo grafitado de la silueta de la ciudad inundada, de la cual colaboran todos los vecinos del barrio. La idea fue en general de todos porque cada idea nosotros la propusimos y la votó la Asamblea, la discutimos entre todos—dice Franchimont.
—¿Por qué decidieron utilizar el mosaico?
—Por la idea de permanencia continua: con la pintura, la pared se va deteriorando de a poco con la lluvia y el sol; pero el mosaico va a permanecer mucho tiempo. No sabemos cuánto pero va a ser mucho. La idea de que permanezca a la vista de todos, que se vea desde muy lejos por los transeúntes de la plaza, la gente que viene a jugar, etc.—. De fondo, se escucha el ruido de una sierra mientras los vecinos continúan cortando y pegando.
—¿Quiénes conforman esta Asamblea?
—Es gente muy heterogénea pero tenemos muy en claro que nosotros compartimos las reivindicaciones por las cuales estamos peleando. Pensamos muy diferente en otras cosas, nos dedicamos a actividades muy distintas, pero sabemos bien qué tenemos que compartir. Y eso llevamos adelante todo el tiempo. Hasta inclusive hay mucha gente que no sé qué piensa sobre otros temas pero hablamos especialmente de esto.
—¿Cuántos son?
—El número que permaneció más o menos es 30, de constante reunión. Pero con los que van y vienen, no llegan a 100 pero seremos 60.
         Alicia Junco no forma parte de ese grupo de personas. De hecho, casi nunca sale de su casa salvo para sentarse unos minutos en la Plaza, acompañada de su hijo, y luego volver. Muy poco sabe de los reclamos de los vecinos, de los murales que están por la calle 66 conmemorando a los fallecidos y a los vecinos solidarios. Tampoco sabe de la Audiencia Pública ni de la posibilidad de subsidios. Por tener más de 80 años, ninguna propuesta hasta ahora pudo beneficiarla. Y su casa, con las manchas de humedad aún presentes, lo demuestra.
***
         El cielo estaba más claro. Debía estar amaneciendo ya. En el último rato, no estuvo pendiente de la radio porque el frío, el cansancio y la tristeza la habían vencido. Nunca supo si se durmió o se desmayó pero estaba segura de haber perdido la noción del tiempo.
         Con el agua descendiendo, decidió abrir la ventana de la cocina. Afuera, el paisaje era desolador: un auto negro estaba volcado de costado y un chico de veintitantos años estaba sentado sobre las ventanillas cerradas.
—¡Hola! ¡Hola!—gritó, de manera calma, al muchacho.
—Hola—le respondió él, como si se tratara de una conversación en una parada de micro.
—¿Pueden llamar a alguien? ¿Los bomberos o algo?
—No. Todas las comunicaciones están caídas.
—Ah. Gracias.
         Había gente en la calle. Algunos, como el chico, subidos a sus autos. Otros, abriendo puertas y ventanas para que el agua escurriera. Finalmente, habían voces, gritos de personas. Pero ya nadie pedía ayuda.
         Al enfrentarse a situaciones extremas, se dice que a uno se le atraviesa todos los hitos de su vida. Ella se dio cuenta de que no era así. Su instinto de supervivencia tomó las decisiones más racionales y correctas mientras su mente le presentaba las reflexiones y los pensamientos más tontos. Por ejemplo, aprendió que el agua de lluvia es el mejor desmaquillante.
***

          La mañana llegó y con ella, la ayuda familiar. Tenían frío y estaban exhaustas. Pero estaban vivas. El barrio estaba destruido. La gente en las veredas sacando muebles inutilizados, abrazándose con los vecinos y contando sus experiencias a cualquiera que quisiera escuchar.
         Entre el 3 y 4 de abril, se mandaron miles de mensajes de textos con la misma pregunta “¿Están todos bien?”. El servicio fue tan utilizado que las empresas de telefonía móvil decidieron regalar paquetes de sms para que sus clientes platenses puedan comunicarse con sus seres queridos y saber en qué situación se encontraban.
         Desde ese día, los habitantes de la capital bonaerense empezaron a organizarse en Asambleas, continuaron con sus vidas y/o buscaron la manera de recomponer lo perdido tras la inundación. Desde ese día, comparten un sentimiento de culpa, de cuestionamiento sobre si podían haberle advertido a los 89 fallecidos, sobre si se podía haber prevenido la catástrofe, sobre si todo debía haber terminado así.